martes, 23 de octubre de 2012

Carta a un misionero


Querido amigo/a: si eres uno de los 14.000 españoles que un día sintió la llamada del Señor para anunciar la buena noticia del Evangelio en los lugares más perdidos del mundo, esta carta es para ti. 

¿Sabes?, durante el DOMUND de otros años he visto a muchos niños por las calles, orgullosos con sus huchas, pidiendo dinero para ayudar a las misiones (no me extrañaría que tu vocación misionera surgiera de esa manera). Y sentí un poco de vergüenza, al ver que el compromiso de esos niños con la misión era más decidido que el mío. Cuando, un poco más tarde, recibí en Misa el sobre del DOMUND, intenté meterme en él con todo mi corazón agradecido, con mi plegaria y con una pequeña ayuda económica.

El domingo 21, mientras unos y otros te recordaremos en la Jornada Mundial de las Misiones, tú seguirás con tu labor cotidiana y escondida. No sé si eres uno de esos sacerdotes misioneros que celebra Misa para un puñadito de niños y mujeres africanos que tienen por único templo un árbol perdido en medio de la sabana.


Tal vez seas una de esas religiosas que ha consagrado toda la vida a llevar consuelo a los pobres con el pan que alimenta el cuerpo y con la Palabra que alimenta el alma.

A lo mejor no eres tú, sino vosotros, porque formas parte de una de esas familias misioneras que, cargando a sus espaldas con 3, 4, 5... hijos, dejan la comodidad de un hogar seguro para compartir el amor entre otras familias menos favorecidas. O tal vez seas un joven que, yendo en busca de aventuras, se encontró con un tesoro que le ha cambiado la vida. O quién sabe si, con un sufrimiento que sólo Dios comprende, has tenido que abandonar la misión porque el Señor te ha pedido ofrecer tu enfermedad para que otros sigan en vanguardia. Finalmente, podrías muy bien ser misionero desde el cielo; ¿acaso vosotros, los misioneros, no habéis repetido tantas veces que nunca se deja de serlo?


En fin, ignoro casi todo de ti, querido misionero, pero conozco lo esencial. Sé que un día oíste la llamada del Señor a seguir sus pasos y, sin mirar atrás, cogiste su mano con absoluta confianza, abandonaste tus miedos y dijiste Sí. Y de ese Sí ha surgido toda la fecundidad de tu vida misionera. Sé por cuántas dificultades has pasado, pero sacas la fuerza de la oración y te levantas cada día confiando en que la Providencia, un día más, te ayudará a salir adelante. Cada amanecer es para ti una nueva creación, una nueva esperanza, una nueva oportunidad de sembrar un poquito de amor. Sé que eres feliz; sólo se puede ser feliz junto al Señor, y tú no te has separado de Él ni un solo día de tu vida. Y estando junto a Él, ¿a cuántos has sabido también llevar a Su lado?

Para terminar, te pido un favor: únete a mí, para suplicar a la Reina de las Misiones que haga crecer entre los jóvenes el deseo de ser misioneros. Ojalá pronto nuestra oración sea escuchada, y algún intrépido misionero junior vaya a echarte una mano. Hasta otra, misionero querido. Intentaré no estar muy lejos.


Dora Rivas -  Responsable de la Base de Datos de Misioneros Españoles
Carta publicada originalmente en Alfa y Omega, n.º 757 

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